Del enclave al nodo*  O hacia una geopolítica de las ecologías urbanas complejas - Ariel Jacubovich

Las prácticas territoriales urbanas son también prácticas políticas, y en ese sentido se imbrican las formas de ocupación del espacio con la disputa por el poder.

Me gustaría introducir una cierta manera de describir las formas en las que se ‘modeliza’ la condición urbana según dos figuras, que conducen a distintos destinos y que nos ubican en nuestro rol como arquitectos en posiciones diferenciadas. Las figuras podrían nombrarse como: el enclave y el nodo.

Un enclave es un territorio rodeado completamente de otro, tiene una frontera precisa y lógicas de organización territorial diferenciadas, fundamenta su conformación en la purificación de pares antagónicos: continuidad-discontinuidad, distancia-proximidad, formal-informal, acciones de hecho-acciones de derecho, poder constituido-poder constituyente, y hasta el tan actualmente referenciado bottom up-top down.

Un nodo es un punto de cruce de relaciones dentro de una red.

Pensar el problema de lo urbano desde la perspectiva que nos plantea la figura del enclave implica destacar las discontinuidades, los pares antagónicos, las diferencias, la exclusión, en lugar de las conexiones, los vínculos y las asociaciones.

El enclave, con su prevalencia en la geografía, nos obliga a pensar las relaciones en términos de proximidad y distancia, las redes en cambio fundan su conformación en la conectividad de los elementos que las componen. Existen elementos cercanos que si son desconectados de la red pierden toda relevancia, más allá de su proximidad. Son la potencia de los vínculos los que establecen el nivel de cercanía en una red.

También el par dentro-fuera (y traduciendo esto a ‘lo social’ el par inclusión-exclusión) pasan a ser relativos. En un campo, una superficie, un enclave, el límite es lo que define de qué lado del par están las cosas, en una red son las cualidades que permite la conexión entre elementos lo que mantiene conectado el conjunto.

Sin embargo estos dos modelos pueden no ser excluyentes sino simultáneos, como dos formas de describir una misma cosa, que cambia según el lente con el que se la observe. Se podría decir que para que se estabilice uno tiene que existir el otro, aunque no sea visible.

Hoy hace veinticinco años que cayó el muro de lo que fue el enclave por excelencia del siglo veinte. Berlín occidental era un territorio enclavado en otro y delimitado tan taxativamente que su borde se constituyó materialmente. Lo que no era tan evidente era la red de vínculos que soportaban esa situación y que permitían que a pesar de su condición de enclave su conexión con occidente siguiera existiendo. En 1948 los soviéticos impusieron un sitio a Berlín impidiendo su aprovisionamiento por vía terrestre. La respuesta de los aliados fue lo que se conoció como Luftbrücke o puente aéreo, una impresionante operación para proveer a toda la ciudad a través de aviones. Más de doscientos mil vuelos durante un año con 4.700 toneladas diarias de alimentos y provisiones surcaban los cielos generando gran expectativa en la población. Una operación descomunal que volvía visible, con cada avión que resonaba en el aire, la red de vínculos que soportaba que el enclave pudiera seguir subsistiendo.

Esta situación, que a primera vista pareciera extraordinaria, se da constantemente en nuestras ciudades donde se naturalizaron los enclaves de exclusión como verdaderos estados de excepción estabilizados en la continuidad urbana. Villas, favelas, asentamientos y otras formas del hábitat popular se los representa desde la perspectiva de la delimitación y desde la oposición a las condiciones de la ciudad ‘formal’, ‘urbanizada’, ‘legal’. En consecuencia se aplican así desde ciertas políticas públicas, y en el mejor de los casos, programas específicos encarados desde la óptica de ‘lo social’ como si fuera un campo diferenciado del resto, en lugar de enfocar en potenciar los vínculos existentes que sostienen, a pesar de los límites, su habitabilidad.

Estos vínculos o asociaciones se organizan en redes que conforman verdaderas ecologías urbanas complejas, que desconocen las fronteras de lo cercano o lejano, del adentro o afuera, o la diferencia ente pequeña y gran escala. Redes que sin embargo no son anodinas o genéricas, sino que están integradas por grupos específicos, con un alcance territorial delimitado, con infraestructuras propias, con una forma de operar y producir particular y que se nuclean en torno a nodos donde se cruzan los intereses y capacidades de las partes con las controversias que las mantienen reunidas.

Para dar cuenta de la heterogeneidad que participa de lo urbano y así poder pasar a intervenir en su transformación, es importante prestar atención a la ciudad cada vez menos como un organismo centralizado con sectores diferenciados, que se sustenta en la continuidad o discontinuidad territorial, y pasar a describirla compuesta por una multiplicidad de redes socio-técnicas que la conforman.

Al intentar describir esto con precisión es necesario rastrear los vínculos a través de definir los actores que participan y establecer las relaciones que los conectan y cómo se organiza la acción. Ese trabajo de descripción llama a la arquitectura a construir formas de representación que puedan reunir en un mismo documento actores o entidades de características heterogéneas, logrando así una visión simétrica entre infraestructuras y formas de ocupación, materiales y modos de uso, entidades estatales junto a organizaciones autogestionadas. El foco deberá estar en los vínculos y relaciones que las mantienen asociadas: mapas de red, documento de nodo, detalles de controversias. Un ‘Urbanismo de las asociaciones’ más que un ‘Urbanismo social’.

En cambio, pensar la complejidad urbana exclusivamente desde el concepto de campo, superficie, disciplina, implica trabajar con presupuestos que desvían el foco de lo que ya existe, pues ello no permite que se evidencien las asociaciones. Es acercarse al problema con la temática marcada desde afuera, ya que el punto de partida es la delimitación o el encuadre, en lugar de serlo la detección de los vínculos ya constituidos que en ella se presentan.

La arquitectura con sus instrumentos disciplinares más específicos comprende enormes capacidades, pero que con alguna frecuencia permanecen acotadas, ‘enclavadas’ en una delimitación endogámica que no les permite desplegarse: simulan pero no trabajan, testean en laboratorio pero no experimentan en el exterior: es decir, en los lugares donde hay variables que no son posibles de controlar. De esta manera, la arquitectura corre el riesgo de volverse una práctica tautológica o recursiva.

Participar en la conformación de estas redes urbanas para que adquieran potencialidades de transformación material de la ciudad podría ser una de las capacidades que el rol del arquitecto tendría que adquirir en la actualidad para posicionarse activamente. Un arquitecto que actúa como un agente-mediador entre la representación de lo existente y la prefiguración proyectiva de lo que tiende a transformarse.

*Este texto forma parte de la investigación ‘Urbanismo de las asociaciones: arquitectura como objeto de consenso en ecologías urbanas complejas’ dirigida por Ariel Jacubovich en la unidad de arquitectura de la UNSAM.