Apología a la omnipresencia de la arquitectura - Rodrigo Toledo

Existe una simbiosis entre la vida y la arquitectura en la que una y otra se dan forma mutuamente. Llevamos nuestra cotidianidad en una casa que tiene la forma de los hábitos domésticos familiares; un aeropuerto persigue las geometrías del flujo que contiene y canaliza. Aparentemente el habitar, el devenir vivido en el espacio, es el germen de lo arquitectónico; es lo que hace que la arquitectura sea arquitectura. Existen, sin embargo, algunas arquitecturas que no pueden ser usadas o habitadas; al menos no en tanto ocupar el espacio que ellas producen.

En 1910, Adolf Loos escribió que las únicas expresiones arquitectónicas que pertenecen al imperio del arte son los monumentos funerarios y conmemorativos.1 La carencia de utilidad (programa) propia de estas construcciones, potencia y pone en evidencia los atributos escultóricos y pictóricos inherentes a su constitución material…forma pura, espacialidad pura sin uso y sin habitantes (vivos). La energía que inyecta la actividad humana no está presente en esta arquitectura del monumento; la única posición posible frente a ella es la del espectador, la única relación sostenible entre ella y nosotros está mediada por la asignación de significado. Como en un templo griego, se trata de construcciones con un espacio para no ser habitado con el cuerpo: edificios que no son edificios.

A principios y mediados del siglo XX, las Empresas Públicas de Medellín construyeron en Antioquia, Colombia, una serie de infraestructuras que hacen parte de centrales hidroeléctricas ubicadas en zonas rurales. Casas de máquinas, torres de captación, vertederos, presas y bocatomas. Obras de ingeniería en donde la vida mecánica atraviesa los cuerpos construidos y produce un paisajeperformativo en medio del bosque tropical de las montañas. Estos edificios-máquina tienen cubiertas plegadas vaciadas en hormigón, columnas inclinadas configuran ventanas que recortan el paisaje de forma pentagonal y trapezoidal, muros curvos imitan el flujo del agua, basamentos enchapados en piedra reventada levantan ligeramente los edificios sobre el cauce canalizado que los cruza, cavernas abovedadas se revisten con prefabricados decorativos de concreto.

Resulta extraño que estos edificios -habitados más por maquinaria que por personas- tengan tanto cuidado por el detalle, que se preocupen por la dignidad de sus fachadas y que procuren espacialidades potentes y diversas. A diferencia del monumento, estas obras nacen de la utilidad. Son partes de un sistema funcional cuya razón de ser está enfocada en el desempeño. Sin embargo están dotadas de calidad arquitectónica, son bellas…intencionalmente bellas. Si, como William Morris, pensamos que la arquitectura representa el conjunto de las modificaciones y alteraciones operadas sobre la superficie terrestre, a la vista de las necesidades humanas2, tendríamos que reconocer que el dominio de la arquitectura no pertenece únicamente a las construcciones destinadas a ser habitadas por personas. Para Loos, el habitar es lo que separa a la arquitectura de otras formas y técnicas de producción material del mundo humano. Para Morris en cambio, la noción expandida de utilidad le permite pensar que la arquitectura no es un campo de acción sino una condición humana inmanente…para Morris todo es arquitectura.

La arquitectura está siempre presente, es lo que se escabulle para aparecer en las maneras en las que sembramos un jardín, se filtra en las geometrías resultantes en la disposición de nuestros objetos en una habitación, es inherente al habitar humano y a nuestro movimiento en el mundo. Es por eso que surge también en el paisaje que producen las técnicas con las que movemos tierra, aparece en las estructuras con las que canalizamos el agua y se deja ver en las líneas de alta tensión que cruzan la geografía entre ciudad y ciudad. Misterio filtrado en nuestro devenir humano, inseparable del mundo que (nos) hacemos.


1 LOOS, Adolf. Arquitectura. 1910

2 MORRIS, William. Prospects of Architecture in Civilization. 1881