Entrar y salir de Miralles

Entrar y salir de Miralles será siempre un saludable ejercicio de arquitectura; una labor sugestiva para quien quiera comprender alguna de las arquitecturas más singulares de finales del siglo pasado. La muerte de Enric Miralles (1955-2000, arquitecto catalán) fue lamentable por prematura: murió a los 45. Si consideramos eso que dicen de los arquitectos, que apenas a los 50 llegan a un conocimiento suficiente como para hacer un buen proyecto, entonces Miralles fue un caso extraño; a esa edad, con numerosos proyectos y obras, había inaugurado de nuevo la arquitectura. A los cincuenta, cuando Louis Khan (1901-1974, arquitecto estadounidense) empezaba a construir, Miralles ya había terminado. Al arquitecto catalán le pasa, en alguna medida, como al músico de rock: mientras más joven mejor. Cuanto más principiante era Miralles más enseñaba con el dibujo y la construcción, más evidente era su naturaleza. Sin embargo, al acercarse a la madurez profesional, y con una obra póstuma un tanto clásica como el Parlamento de Edimburgo, fue galardonado con el Premio Mies van der Rohe 2007.

Explorar la arquitectura de Miralles a través de sus pérgolas ―las de Parets del Vallés, Icaria, Diagonal Mar y Mollet del Vallés, por ejemplo― parece ser una maniobra adecuada para acercarse a su trabajo. Se trata de cobertizos y parasoles, lugares para esperar y escampar, con un uso público bastante plural. Cada conjunto de pérgolas tiene su particularidad espacial y geométrica: paraguas traslapados y cuadrangulares en Parets, formas arbóreas y oblicuas en Icaria, marinas e hidráulicas en Diagonal Mar, icónicas en Mollet. Se trata de arquitecturas porosas a las que se entra y se sale fácilmente; además, en los lugares donde ellas se insertan, las trazas preexistentes reviven.

Miralles hizo estas pérgolas para parques y ramblas pero también aparecen en algunas de sus obras de mayor complejidad. Lo interesante es que usaba estos apergolados metálicos justo en los límites de los edificios para desbordarlos y multiplicar las opciones espaciales, el uso urbano o las relaciones con la naturaleza. Se me ocurre que esto es obvio en el Mercado de Santa Caterina o en la Escuela de Música de Hamburgo donde el apergolado ocupa el vestíbulo. De lo anterior se deduce una arquitectura que no vive del volumen porque no va conteniendo, sino abriendo y relacionando constantemente y por lo tanto mostrando las cualidades constructivas. En Miralles es extremo, las líneas fluidas y oblicuas de sus dibujos en planta se traducen en conexiones multidireccionales con el exterior, el espacio es ondulante.

Esto es en parte lo que viene proponiendo nuestra arquitectura culta en los últimos años: disponer edificaciones hospitalarias para la variedad de actividades, formales e informales, del ciudadano. No en vano, alguna de la arquitectura reciente hecha en Colombia se comporta como pérgola: el Orquideroma, El Parque Biblioteca de La Quintana o los Coliseos para los Juegos Suramericanos de Medellín.