I Quit! - Rodrigo Toledo

Me gusta el error, toparme con él y tener que dar un paso atrás. Me atrae la idea de empezar un proyecto de arquitectura moviéndome a tientas, sin tener mucha claridad de hacia dónde ir. Trato de poner la incertidumbre a mi favor, prefiero tener un panorama abierto antes que algunas intenciones preconcebidas. Hago todo lo posible por no saber de antemano qué o cómo es el proyecto. Me gusta jugar a equivocarme, perderme un poco. Creo que hacer un proyecto de arquitectura se parece mucho a escribir una novela o componer un disco; el escritor y el músico no producen su obra de manera unidireccional, lo que realmente hacen es establecer un diálogo con ella, hacen pactos temporales o definitivos que surgen en el camino, imposibles de prever al inicio del proceso. El error no solo hace parte del hacer sino que es en sí mismo la consecuencia inevitable de una búsqueda constante… de un tanteo.

Desde hace algunos años soy profesor de proyectos en la universidad. Durante este tiempo he entendido que estos cursos están planteados con el objetivo de  minimizar el error en el proceso proyectual de los estudiantes. Se supone que un estudiante talentoso es aquel que se equivoca poco y logra acertar rápidamente. Me llama más la atención la idea de aprender a hacer arquitectura en tanto encontrar una manera en la que el proyecto pueda aparecer, aprender a hacer preguntas y utilizar el proyecto para responderlas. Esto requiere de un escenario que propicie la experimentación como condición inherente a cualquier proceso académico; pero requiere sobre todo de una cultura del riesgo, de un espíritu de aventura. Me interesan los intentos fallidos, los dibujos inacabados, las maquetas que el estudiante preferiría no mostrar. Poner en evidencia los momentos de duda permite desnudar el proyecto –entendiendo por proyecto el proceso mismo de hacer y no solo lo que se hace– , permite retroceder, arrepentirse, mezclar alternativas y medir hallazgos.

Diseñar es saber tomar decisiones; pero es también saber renunciar a ellas. Existe siempre una promesa latente en lo que se deja por fuera, las ideas que no funcionaron hacen parte de un repertorio de recursos que pueden trasladarse a otros proyectos en otros momentos. Renunciar es precisamente lo que posibilita establecer un diálogo con el proyecto, es lo que permite escucharlo y por lo tanto aprender a identificar en él las maneras propias con las que hacemos arquitectura. Me gusta el error, toparme con él y tener que dar un paso atrás.