Cartas de Navegación - Sebastián Mejía y Edgar Mazo

En principio las cartas de navegación eran gráficos rudimentarios, en ellas se consideraban mitos y cánticos de las culturas primitivas como sistemas de transmisión del conocimiento y orientación en los territorios; en muchos casos relacionados con la navegación. 

Más allá del simple documento planimétrico, existía un saber mestizo entre ciencia y mitología, las cartas de navegación estaban ligadas al movimiento de los astros y a los deseos caprichosos de los dioses. En ellas se trazaban líneas invisibles entre las precarias representaciones de las costas y el firmamento. La posición de las estrellas permitía entender la superficie de la tierra y desplazarse por los mares. La guía era un saber heredado, mixto entre astronomía y astrología. 

Con el pasar de los días las cartas de navegación se iban perfeccionando, la imperfecta representación del frente marino se confundía con dibujos de sirenas, tritones, serpientes marinas, rocas, cayos, bancos de peces, vientos y corrientes.

Hasta antes de la invención de la brújula, en el siglo IX, el norte estaba determinado en una carta de navegación por la luna y el sol (el día y la noche) o, dependiendo de los mitos de cada pueblo, de los respectivos dioses o mártires representados allí. En toda cultura que haya navegado, por distante que se encuentre en el tiempo o en la geografía terrestre, podríamos encontrar en sus cartas o documentos análogos, dichas figuras: el Sol, la Luna o la Estrella Polar y la concordancia entre las mismas constelaciones nombradas de distintas maneras.

Una carta de navegación constituía mucho más que el vínculo geométrico con el planeta, era una síntesis sedimentaría de muchos viajes y la acumulación de experiencias de muchos viajeros. No solo sintetizaban las claves para desplazarse por el territorio; escondían los enigmas para relacionar el cuerpo humano con el territorio y el universo, para descifrar de una manera sensorial una porción del planeta, configuraban experiencias codificadas. Así lo explicó Kavafis: 

Mantén siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Pero no tengas la menor prisa en tu viaje.
Es mejor que dure muchos años
y que viejo al fin arribes a la isla,
rica por todas las ganancias de tu viaje.


La tierra y el mar eran entonces confluencia de geografía y mito; las cartas eran mapas de barcos impulsados por el viento sobre la superficie ondulante y rutilante del mar en dirección al tiempo; el hombre, el mar, los astros y sus creencias eran uno, eran experiencia del territorio, experiencia transmisible. Al heredar una carta de navegación se recibían las experiencias, las vivencias y sentimientos del hombre en el mundo.