El efecto invernadero o la geopolítica del Palacio de Cristal - Juan Carlos Aristizábal

A mediados el siglo XIX las expediciones científicas al nuevo continente americano estaban en pleno auge. En su afán de estudiar, clasificar y analizar los nuevos hallazgos naturales, encontraron que las plantas exóticas que llevaban hacia Europa perecían en el camino. La humedad, la sal y los cambios de temperatura no permitían que las plantas atracaran con vida al recién viejo continente. La perdida de plantas en el mar era un problema mayor para los científicos. Mientras se perdieron miles, por lo menos siete mil nuevas especies lograron ser introducidas a Inglaterra durante el reinado de George III1. La solución presentada por el Dr. John Lindley, Secretario Asistente de la Sociedad Hortícola y de Jardines en Chiswick, llamada ‘invernadero portable’2, no solo aseguró y protegió la vida de las plantas en el largo viaje del nuevo al viejo continente, sino que también anticipó lo que más tarde sucedería en la arquitectura desde los inicios de la modernidad hasta nuestros días. El viaje de una tipología variable entre los continentes donde se siembran ideologías de consumo en forma de edificios, escondiéndose bajo el radar de la arquitectura, desde otras disciplinas, para emerger en un palacio de cristal.

Para el momento en que aparece el ‘invernadero portable’, en Inglaterra había avances importantes en el uso del hierro y el vidrio como materiales de construcción, paradójicamente el uso de estos tuvo mayor desarrollo desde  las disciplinas de la jardinería y la horticultura, que desde la arquitectura o la ingeniería. A medida que el invernadero demandaba más espacio como tipología, el desarrollo técnico permitía su crecimiento. Al hacerlos públicos, los invernaderos fueron absorbidos por la cultura; se convirtieron en parte del espacio público, a modo de jardines botánicos para plantas exóticas del trópico.

Pero el golpe de gracia que el invernadero da a la cultura, a la arquitectura y en el que tanto ella como la ingeniería quedan perplejas, es cuando se diseña y posteriormente se construye el  ‘Palacio de Cristal’. Diseñado por el jardinero Joseph Paxton para la Gran Exposición de Londres en el año 1851, aplica todas las técnicas de construcción del invernadero para generar un espacio de confort. “El primer edificio en verdaderamente hacer genuino el uso de las tecnologías de producción en masa recién disponibles en ese momento, un presagio de los métodos futuros de la producción espacial”3. Una producción imprevista e inimaginada, con efectos fuertes en la cultura desde ese momento y en adelante, pues colapsa la cultura del exterior a su interior y la instrumentaliza. “La Gran Exposición en sí misma es pensada como el evento que marcó el nacimiento de la cultura consumista-capitalista moderna, con su efecto de poner el mundo en exhibición”4
 
Su tipo se esparció por el mundo, viajando a cada uno de los continentes, prácticamente abrazando el planeta. La mejor definición de ese  ‘Palacio Contemporáneo’ sería el centro comercial, una aspiradora que se lleva cuanto rodea a falta de espacio público. Algunas naves industriales, hangares y bodegas también terminan en manos de la cultura, reciclando fragmentos de un tejido urbano dividido.

Los invernaderos se cruzaron con la arquitectura y generaron una ruptura, en la que ni el lenguaje, ni el estilo eran importantes. Su función como receptáculo hermético que controla el medio ambiente se convierte en el nuevo paradigma. El receptáculo cambia su función según su necesidad, pero su cordón umbilical se extiende hasta el ‘Palacio de Cristal’ y sus antecesores, los invernaderos.


1 John Hix, The glasshouse. (Londres: Phaidon press ltd) 1996.

2 Ibidem.

3 Douglas Murphy, The Architecture of Failure. (Londres: Zero Books) 2012.

4 Ibidem.