La geopolítica y los poros de su materia - Andrés Perea Ortega

No hay otra geopolítica que la economía. Tanto el orden mundial como la propia historia de la humanidad están sometidos a ella.

El ébola, por ejemplo, no existe todavía para la geopolítica, solo emergerá al tablero de juego cuando se constate como operador económico, por ejemplo farmacéutico, pero para ello, me temo, hacen falta un par de millones de muertos y un mercado expectante de infectados de 10 millones más (convenientemente un buen porcentaje extra africano)

Entonces, ¿qué significa la arquitectura sino flecos residuales, más o menos circunstanciales, como las festividades populares con su desfile de carrozas o del reparto paliativo de las migajas que sobran después del banquete financiero?

Es cierto que arquitectura es munición para el dominio del espacio humano en manos del poder político, y que la manejan magistralmente cuando conviene a sus intereses, sea disparando con ella y desde ella, sea enmudeciéndola, incluso sumergiéndola en mazmorras del conocimiento.

Todo esto referido al discurso según el cual definir la arquitectura es posible, y aún más convenir su territorio.

En la medida en que la práctica arquitectónica es manipulada geopolíticamente, arquitectura y territorio de la arquitectura se simplifican al límite de mensaje a la amígdala cerebral.

Las consideraciones al córtex no interesan en absoluto, ya que reclaman el pensamiento complejo y con él de la mano viene la crítica social, económica, intelectual, etcétera.

Un proceso filtrado de la práctica arquitectónica segrega geopolíticamente un estado súper eficiente en términos de comunicabilidad política, sea exaltando los efectos especiales de forma y espacio y su componente simbólico-emblemático, sea prometiendo idilios con el futuro y el medioambiente en diseño de un escenario universal de mercado, puro mercado.

Sin embargo la realidad es que la parcela de esa arquitectura vendida ha sido desbordada por otras prácticas sobre el entorno humano, fragmentarias, multidisciplinares, más o menos efímeras, vinculadas a una etnología de los rituales sociales.

Prácticas que fluyen torrencialmente sobre el tiempo en que vivimos, acreditando la afirmación latouriana de que “la verdad es lo que circula”.

Por eso, bajo la geopolítica y en los poros de su materia, habita como puede la cultura. Cultura entendida como expresión de las formas de vida de los seres humanos, y ahí, ahí en tan vasallos resquicios, somos convocados los creadores.

Es nuestro compromiso acudir con la naturalidad con que el árbol da sus frutos.