Arquitectos, grabadores y orfebres - Catalina Patiño y Viviana Peña

Diseñar un jardín infantil en las montañas más pendientes del valle de Aburrá, grabar una fachada de un medianero deteriorado y ruinoso o esculpir en plata vórtices y bifurcaciones de algún fenómeno atmosférico para fundir una joya; actividades propias de arquitectos, grabadores y orfebres: oficios aparentemente diferentes.

Los tres oficios comprometen productos y fines distintos entre sí. Podríamos revisar algunas de sus características físicas, económicas y sociales, para darnos cuenta de sus diferencias. Pensemos, por ejemplo, en la escala de sus productos, los costos económicos que implican tanto su diseño como su fabricación, la autoría de los productos o el equipo de trabajo que hay detrás de su producción y gestión, incluso los tiempos que cada uno requiere.

Sin embargo, lo que aquí nos interesa, más que los productos finales y las utilidades específicas que diferencian y separan estas tres prácticas, es la condición artesanal que las une: las maneras de utilización de las herramientas de trabajo, el diálogo existente entre unas prácticas concretas y el pensamiento, los ritmos entre solución y descubrimiento de problemas, la preocupación por el procedimiento y la estrecha conexión entre la mano y la cabeza; condiciones que Richard Sennett narra al describir la artesanía como la habilidad (no solo manual) de hacer las cosas bien, por el simple hecho de hacerlas bien, muy diferente a las formas modernas de producción capitalista.

Las tres prácticas: arquitectura, grabado y orfebrería, tienen procesos metodológicos similares, son causas lentas, dispendiosas y experimentales; entre ellas hay un constante ir y venir dentro de las rutas metodológicas trazadas. El arquitecto tendrá que dibujar en diferentes escalas simultáneamente para entender, por ejemplo, los problemas materiales con los que se encuentra; el grabador, tendrá que ir haciendo múltiples copias de su lámina para ir modificando las profundidades horadadas en su placa mientras evoluciona su dibujo; el orfebre tendrá que ir laminando y recosiendo continuamente el metal hasta encontrar el espesor adecuado de su pieza. Son trabajos meticulosos, que requieren compromiso, entrega y un deseo fundamental de hacer las cosas bien, así ello implique retroceder en las rutas trazadas, alargar los tiempos de trabajo, darle vueltas al proceso, volver a dibujar el proyecto de arquitectura, volver a introducir en ácido la placa o lijar nuevamente el metal.

Son procesos que requieren una estrecha conexión entre la mano y la cabeza, entre el pensamiento y la técnica. Mientras el arquitecto dibuja, reflexiona el proyecto; mientras el grabador entinta, piensa las profundidades de su dibujo; mientras el orfebre lija los lingotes de plata, repasa los espesores adecuados de la joya. Así, ensuciándose las manos, preocupándose por el procedimiento, siendo al mismo tiempo dibujante y pensador, el arquitecto, el grabador y el orfebre encontrarán los ritmos adecuados entre la solución y el descubrimiento de problemas, podrán controlar sus acciones, desarrollarán las habilidades en el proceso mismo, tendrán la libertad para experimentar y encontrarán que las satisfacciones de los detalles de su trabajo cotidiano se conectan con el producto final.