I would prefer not to - Emilio Tuñón

Alejandro de la Sota solía citar de memoria lo que, en cierto momento, José Antonio Coderch le había dicho, hablando acerca de “la belleza calva de Nefertiti”. Coderch se refería a la belleza calva como aquella resultante de extraer todos y cada uno de los pelos de la cabeza de la reina, aclarando que esa extracción se había hecho “con dolor”. La renuncia formal, y ornamental, de esa arquitectura que compartía belleza con la hermosa Nefertiti, a la que se refería Coderch, suponía una renuncia a lo innecesario, aunque no por ello falto de interés. En cierto sentido, cuando Coderch hablaba del dolor en relación con la belleza, parecía estar hablando de la renuncia a muchas cosas en las que él estaba sinceramente interesado, en favor de la búsqueda de una belleza esencial inalcanzable. Y es, precisamente por eso, que la belleza calva suponía, para muchos de los arquitectos españoles de la segunda mitad del siglo veinte, una melancólica renuncia de lo que pudo ser y no fue, que venía acompañada de una dolorosa renuncia a cualquier cosa que no fuera realmente esencial. Renuncia con un cierto aroma de aristocrática impostura radical, ligada a un manifiesto aire poético de fingimiento del dolor. En ese sentido, es necesario recordar que, aunque pudiera parecer similar, esta melancólica renuncia de alguna arquitectura ibérica nada tenía en común con la firme y anti-retiniana renuncia que, en su momento, habían llevado a cabo los arquitectos del ala radical del movimiento moderno. Sin embargo, tanto frente a la centroeuropea renuncia radical, como frente a la mediterránea, y melancólica, renuncia de los maestros peninsulares, existe hoy otra renuncia más contemporánea, más compleja y radical, pero menos manifiesta que la de los maestros: la renuncia a todo aquello que sea necesario renunciar con el único objetivo de reducir nuestra huella ecológica en el mundo. Esta renuncia, propia del siglo veintiuno, es una renuncia que, alejados de la radicalización mediática, plantea reducir la producción al mínimo, con el objetivo de dejar de hacer todo lo que pueda ser innecesario para las personas y las sociedades que estas conforman. Reducir la producción y el consumo al mínimo queda ya muy lejos de aquella búsqueda de la belleza calva de la arquitectura, o de una añeja necesidad de construir manifiestos. Renunciar a hacer más y mejor, como reclamaban los poetas románticos, es sustituido hoy por hacer estrictamente aquello que las personas y las sociedades necesitan. De este modo surge la renuncia, del hombre de hoy, a la hiperproducción de objetos, al hiperconsumo de energía y a la sobreabundancia de herramientas. Esta renuncia a la sobreabundancia y el sobreconsumo, en cualquier actividad del ser humano, significa retomar la famosa actitud de Bartleby the Scrivener: A story of Wall Street, el intenso relato que Herman Melville publicara en 1853. Y así el famoso“I would prefer not to”, del desesperante Bartleby, se puede convertir hoy en la frase más inconformista de la primera mitad del siglo veintiuno. Pues esta renuncia a hacer más de lo necesario es una renuncia tremendamente anticonsumista, antisistema e indignada… y por ello constituye una estrategia con un tremendo potencial para el desarrollo de las personas, sus sociedades y la vida.