Manchas - Nerea Calvillo

Los sistemas de información georeferenciada, diseñados en la década de 1980 con fines –cómo no– bélicos, se generalizaron como herramienta de análisis y difusión de información paralelamente al desarrollo de la Web. Plataformas digitales comoGoogle Earth o Bing comprendieron su potencial y democratizaron su uso, y liberaron estas técnicas de entornos exclusivamente científicos.

Estas nuevas plataformas permiten, entre otras cosas, dibujar sobre imágenes satelitales y geolocalizar automáticamente objetos o agentes mediante GPS. No cabe duda de que constituyen herramientas poderosas de empoderamiento en determinados contextos o situaciones, como por ejemplo los procesos decrowdmapping en situaciones de desastres o conflictos. Sin embargo, existen situaciones en las que los mapas producidos pasan a ser directamente documentos legitimadores de decisiones políticas. Bajo su aparente inocuidad como documentos ‘científicos’ existen múltiples implicaciones sobre las que merece la pena detenerse.

‘Dibujar sobre’

La primera tiene que ver con las posibles consecuencias del acto de dibujar, de trazar líneas. Si bien la delimitación de zonas ha sido muy eficaz como arma activista en determinados procesos ambientales –tales como la deforestación del Amazonas–, el problema surge cuando una línea ‘conceptual’ se convierte en ‘reguladora’, dado que construye una barrera (aunque sea simbólica) que segrega identidades. Esa línea no solamente está describiendo una realidad supuesta, sino que la está construyendo; está forzando a que esas identidades se perpetúen como tales; tal como lo ilustran los trabajos de las geógrafas Leila Harris y Helen Hazen sobre reservas naturales. En ellos se desvelan las implicaciones políticas de esos límites creados, como quién decide qué especies merecen la pena de ser protegidas y bajo qué criterios (supuestas correspondencias con una identidad nacional, con una idealización cultural de determinados ecosistemas frente a otros, etcétera) o qué otras especies quedan indirectamente aisladas.

‘Imágenes satelitales’

La segunda implicación tiene que ver con el uso de imágenes satelitales como fundamento para la construcción de los mapas. Estas imágenes, naturalizadas socialmente como ‘la realidad’, presentan fracturas (inconsistencias espacio-temporales, manipulaciones, entre otras), que conllevan a cuestionar su operatividad. Por otro lado, tanto Donna Haraway como otras miradas de los feminismos han cuestionado que la de los satélites sea una visión objetiva, en este sentido, identifican su carácter totalizador, omnipresente, tecnócrata y capitalista. Esta crítica ha desencadenado una serie de prácticas que experimentan con herramientas de código abierto o con la reelaboración de las propias bases de los mapas.

‘Geolocalizar automáticamente’

En un momento de geolocalización ‘por defecto’, producida por lahipermonitorización de todos nuestros actos, es necesario cuestionar de qué forma esta hipergeolocalización puede llevar a procesos de exclusión de determinados colectivos o personas: esto está sucediendo, lo narra el abogado y activista Dean Spade, con los colectivos vulnerables en la guerra contra el terror norteamericana.

Así, propongo mapas que georeferencien en baja resolución. Que eliminen los detalles para identificar solamente conceptos, problemáticas y conflictos, pero que no permitan operar o incidir directamente sobre ellos. Mapas de manchas con límites preferiblemente borrosos para absorber fricciones e interseccionalidades, y que requieran, para regular, trabajo de campo colectivo de resolución 1:1.

(¿Cómo serían?)