Renuncia y contradicción - Ethel Baraona Pohl

"Describe tu calle. Describe otra. Compara".
Georges Perec, Especies de espacios

Como una máquina del tiempo, la renuncia nos transporta simultáneamente a diversos momentos y posibilidades, desde aquello a lo que hemos renunciado hacia aquello que nos espera después de la renuncia. En ese momento surge la contradicción, como inevitable compañera de la incertidumbre que provoca la palabra renuncia.

En momentos de grandes fracturas económicas, sociales, políticas y culturales, como las que convergen en la época actual, la pregunta que nace del conflicto interno para afrontar estos cambios es ¿debo renunciar a algo para propiciar una transformación? De ser así, ¿a qué debo renunciar? Sin duda las respuestas son infinitas, como infinitas son las necesidades, sueños y deseos de las personas. No obstante, hay un bien común que hemos visto peligrar enormemente en los últimos años: el derecho a la ciudad. No es la primera vez que este derecho peligra; ya en 1968 Henri Lefebvre escribió el libro The Right to the City, en el que describía que en esos años tan convulsos, el momento de ruptura política no solo era posible, sino inevitable y necesario. Muchos años después, en 2012, David Harvey en su libro Rebel Cities. From the Right to the City to the Urban Revolution, rescata y amplía las teorías de Lefebvre y clarifica  que el gran monstruo que pone hoy en peligro el derecho a la ciudad es el capitalismo. Precisamente la necesidad de buscar nuevas formas de vivir y entender nuestras ciudades ha llevado a ciudadanos de todo el mundo a buscar opciones reales que garanticen nuevos modelos que aseguren el derecho a la vivienda, nuevas formas de intercambio económico más allá del puramente monetario y soluciones adecuadas al contexto actual para reformar la educación y el acceso al conocimiento.

La Primavera Árabe, el 15M, #occupywallstreet, las protestas de los estudiantes en Chile... Todos son ejemplos de la necesidad de esa ruptura con los modelos obsoletos, en un sistema capitalista que ha transformado las universidades en empresas y las viviendas en objetos de lujo. Este es el momento para comenzar a hablar de renuncia. Uno que asusta porque implicarenunciar a lo conocido, a lo aprendido, a nuestras certezas; renunciar a lo que damos por preestablecido y por correcto, sin cuestionar el por qué del sistema en el que vivimos. Simultáneamente, este es el tiempo para enfrentar el gran reto de descubrir, tal vez de redescubrir, que se necesita poco para tener ciudades más relacionales.

Hay otras formas de reclamar ese derecho a la ciudad del que hemos hablado. Volver a tener sensibilidad por lo que pasa en nuestro barrio, volver a mirar las calles, las casas, tal como lo plantea Perec, y prestar atención a lo esencial: conocer el nombre de nuestros vecinos, mirar a los niños jugar en el parque y a los viejos leer el periódico bajo el sol. Asuntos estos que  motivan a los ciudadanos a actuar con empatía urbana y a recuperar poco a poco la ciudad y el derecho a vivirla plenamente.

Renuncia y contradicción, porque la renuncia en vez de crear un vacío, proporciona un espacio para llenar con una revolución no violenta que nace y se contagia como un virus.