El puente de Guadalupe - Sebastián Mejía y Edgar Mazo

A mediados de la década de 1990 se construyó un puente que unía los barrios Manrique y Guadalupe; en principio un simple puente sobre una de las tantas quebradas que serpentean por las laderas del valle de Aburrá. Sin embargo, y de manera ingeniosa, se dispuso bajo el puente un auditorio de materialidad franca y precaria pero apoyado en la topografía con habilidad. El auditorio encontró lugar bajo la pesada infraestructura vial de concreto mientras fugaba las miradas hacia el valle.

A pesar de la ingeniosa estrategia de emplazamiento el auditorio tenía una serie de inconvenientes: era la Medellín de los años 90, una década que hizo famosa esta ciudad por su violencia, los dos barrios ahora conectados por la trama vial vivían en constante conflicto armado y la quebrada bajo el puente era una línea roja que nadie debía cruzar; nadie, sin importar edad, sexo, raza, convicciones religiosas o políticas: aquellos que habitaban la otra rivera eran el enemigo.

El diseño de este espacio llamado a ser un condensador social y cultural terminaba por enfatizar esta triste realidad: a un lado de la quebrada se derramaban las graderías, al otro se disponía el escenario que estaba acompañado de una pequeña bodega que albergaba la dotación del auditorio, equipos de sonido, proyectores, tarima, telón, etcétera. En otras palabras: “los de Manrique” tenían equipo de sonido, pantalla y proyector, “los de Guadalupe” tenían graderías y una sala de proyección vacía.

Lo anterior llevaba a pensar que nadie cruzaría el lugar, que la intervención apenas sería una costosa decoración de los bajos del puente que nadie usaría, infraestructura que solo agravaría el conflicto. Llevaba a pensar que el arquitecto, aunque capaz de aprovechar la condición topográfica que define esta ciudad, nunca la había visitado, ajeno a esa tensa realidad de los noventas; sin embargo, lo que parecería una arquitectura que reduce la noción de lugar a un problema de morfología resultó ser un ejercicio de comprensión profunda de las fibras sociales, el bajo del puente de Guadalupe fue lugar de pactos, de diálogos espontáneos que lentamente eliminaron esa frontera. Bajo el puente se reconocieron los unos y los otros en la diferencia. Hoy, el puente de Guadalupe se puede transitar libremente, por arriba y por abajo. Tras esta simple anécdota sorprende que los bajos de los demás puentes de Medellín, nuevos y viejos, sean solo eso; a la vez, inspira y gratifica leer el artículo publicado por el periódico El Colombiano en su edición del 12 de octubre de 2014: “Pista de BMX elimina fronteras en el sector Prados de Sabaneta”.

(http://www.elcolombiano.com/BancoConocimiento/P/pista_ de_bmx_elimina_fronteras_en_el_sector_prados_de_sabaneta/ pista_de_bmx_elimina_fronteras_en_el_sector_prados_de_sabaneta.asp#cxrecs_s)