Microgeopolítica urbana - Rodrigo Toledo

La ciudad es la madre de la política. Es en la polis donde se hacen necesarias las instituciones y normas que posibilitan la libre coexistencia de los ciudadanos en un territorio compartido. Lo político y lo urbano son dos entes simultáneos de la ciudad, son sustancia y cuerpo de la vida colectiva en constante ebullición. El urbanismo, como instrumento que materializa las políticas sociales y económicas, permite a los estados que tales políticas se implanten organizando y distribuyendo la propiedad privada, el espacio público, la producción, el consumo, la movilidad y por ende la calidad de vida en las ciudades. El mundo de la política se construye, en gran parte, con ladrillos.

Durante los últimos diez años Medellín ha vivido una transformación urbana que la ha hecho visible en el panorama internacional. Las administraciones municipales recientes han construido colegios públicos, jardines infantiles, equipamientos de salud, deportivos y culturales; así como espacios públicos y sistemas integrados de transporte. Todo esto en paralelo con una serie de programas de educación, cultura, emprendimiento económico, reducción de la violencia y atención a la ciudadanía. Este proceso de revitalización urbana ha hecho que Medellín sea reconocida como ‘la ciudad más innovadora del mundo’ en el concurso City of the Year organizado por The Wall Street Journal y Citigroup. Valdría la pena preguntarse si todo esto realmente constituye el concepto de innovación, o si es simplemente el desarrollo deseable de una ciudad de la que se ha tomado provecho como estrategia de mercadeo. No obstante, Medellín es hoy una ciudad latinoamericana en la que la inversión social y las obras públicas no solo han mejorado —en poco tiempo— las condiciones de vida de muchos sectores de la población, sino que además han trazado un camino para su desarrollo futuro.

Pero ante todo esto, ante la ciudad hecha por las alcaldías, ante los sistemas de metro, los parques, las plazas y los colegios; existe también otra gran fuerza que construye la ciudad: el mercado inmobiliario. Urbanismo y especulación inmobiliaria no son la misma cosa. Mientras el primero busca la organización del territorio para el bienestar de sus habitantes, el segundo ejerce un poder económico en función del suelo. Es claro que la planeación urbana —la geopolítica de la ciudad— es un asunto del sector público. El mundo de lo colectivo se define y fabrica en los departamentos de planeación municipal. Pero la construcción de la vivienda, en manos de empresas privadas, también genera ciudad.

Hace unos meses le hice una entrevista al arquitecto Marco Montes, a propósito de una guía de arquitectura de Medellín en la que se publicó uno de sus edificios de vivienda. “El encuentro es la razón de ser de la vida urbana y de la arquitectura (…) La ciudad no se hace por grandes parches; la ciudad se hace casita a casita”, indicó. Estas dos afirmaciones de Montes hablan de la responsabilidad urbana que tienen los arquitectos y promotores que diseñan y construyen la vivienda en Medellín. Como ocurre en muchas urbes del mundo, la mayoría de los edificios de habitación que se han construido en esta ciudad desde finales de la década de 1990 carecen de apuesta por la construcción de espacio urbano para la vida colectiva. Torres de apartamentos cuyos primeros dos o tres pisos están destinados a parqueaderos, mallas de cerramiento perimetral y porterías blindadas con vidrios negros; estos edificios le dan cuerpo al miedo y al aislamiento, promoviéndolos como valores deseables en una forma de vida que, a través de la arquitectura que la materializa, no construye una ciudad sino una sumatoria de individualidades, una al lado de la otra.

La construcción de un espacio intermedio y semipúblico entre el afuera (público-urbano) y el adentro (privado-doméstico) no es tarea de ningún alcalde, es responsabilidad de los arquitectos, constructores y vecinos que diseñamos y habitamos estos edificios. No solo desde la esfera de lo público se pueden tomar decisiones políticas sobre como habitar y organizar el territorio; en la construcción del espacio privado hay un gran potencial para producir una ciudad más democrática e incluyente. Una microgeopolítica de lo privado en relación con la ciudad podría constituir otra posible ‘innovación’ para Medellín, mucho menos vistosa, no tan fotogénica y más difícil de promover y mercadear que la imagen actual de la ciudad de las grandes obras públicas; pero quizá más efectiva —y afectiva— en nuestra vida cotidiana como ciudadanos y vecinos.