Entrar y salir de la arquitectura - Miguel Mesa

A la arquitectura no se renuncia. Ni siquiera ese sujeto que se retira al monte, al bosque o al monasterio puede hacerlo. Al contrario, quien que se emancipa por cualquier motivo de la ciudad, se ve obligado a tomar decisiones y a establecer relaciones en el nuevo lugar que va a ocupar; necesita definir un camino, rehacer una cabaña o habitación, armar el lugar para el fuego o la cocina, seguir la ruta del agua, decidir más conscientemente el vestuario, el jardín, el alimento. En fin, construir nuevamente el edificio de su propia personalidad estética.

Si a la arquitectura no se renuncia tampoco se ingresa. Estamos hablando de algo que es inmanente al ser humano, inherente a la respiración. Aunque no hagamos más por ella que comprarla, ahí está acompañándonos y va gastándose a nuestro lado. Alguien me dijo un día que si no enseñásemos a caminar a un bebé, este no caminaría. Supongo entonces que la arquitectura es inherente a nosotros porque se nos enseña a vivir. La muerte quizá sea la única manera de dejar atrás la arquitectura, aunque no parece muy convincente que puestos nuestros restos en un cajón de madera unos centímetros bajo tierra o elevados un metro sobre algún escaparate, podamos decir que nos separamos de esto que llamamos capa terrestre. ¿Dónde viven los muertos?, ¿qué arquitectura ocupan y establecen?

Perderse por días en el desierto o en el mar debe ser la sensación más cercana a la ausencia, ausencia de arquitectura, terror puro, cuerpo deshumanizado,desestetizado. Hace unos días veía en la televisión la historia de un corredor de maratones italiano que viajó a un desierto en África para una competencia y en medio de la carrera se perdió por culpa de una tormenta de arena que duró un día entero.Erró cuatro días valiéndose de los conocimientos de sobrevivencia que había adquirido de joven en el ejército. Bebía sus orines para hidratarse. Solo descansó al encontrar un pequeño refugio en ruinas, cuatro paredes de piedra. Allí decidió quitarse la vida. Había encontrado un poco de aire fresco para respirar, algo de sombra, una esquina, algo de arquitectura para meditar, su propia tumba. Si no moría en ese lugar nadie iba a encontrar su cuerpo, era la única marca en kilómetros. Si no encontraban su cuerpo el gobierno italiano lo daría por desaparecido, no muerto, y no pagaría a su familia la pensión. Así que se cortó las venas de las muñecas pero al día siguiente amaneció vivo, tenía tan poca agua en la sangre que se secaron las heridas y no se desangró. Luego en la pantalla de la tele aparece un helicóptero de rescate.

Michel Serres dijo alguna vez que para aprender algo hay que dejar de hacer lo que ya se conoce y luego regresar. Deleuze decía que a la filosofía se entra y se sale. Se sale para poder hacerla, no es que se deje por otra profesión sino por ella misma. Me parece interesante esta idea, me seduce a pesar de lo improbable que parece.

Renunciar a la arquitectura para poder instalarse nuevamente en ella, renunciar a la vida para instalarse en ella.