Architektonia: leyes para el obrar y para el gobierno del azar (o de la trinchera a la tabla de surf) - Uriel Fogue

El vínculo con lo incierto es consustancial a la arquitectura. Quizá por ese motivo, la relación con lo misterioso se encuentre implícita en la propia palabra que da nombre a esta disciplina, tal y como desvela la etimología del término ‘arquitectura’. A continuación trataremos de mostrar cómo el misterio es una condición de posibilidad para la práctica arquitectónica.

Dirección: leyes para el obrar. Como explica el filósofo Félix Duque , la palabra arquitecturaproviene del latín architectūra y, antes, del griego, architektonia. El architékton era el jefe (de archein) de obras o el director de los obreros o artesanos (tékton). Una primera aproximación a la etimología de este término nos presenta la arquitectura como un proceso de dirección (arché) de un grupo de técnicos o artesanos en las actividades de construcción.

Si proseguimos con el análisis, la raíz del término tékton remite a teûcho, que significa “hacer, producir, poner algo de relieve” y su sustantivo, teûchos, significa “instrumento, útil”, pero también, por metonimia, “cavidad, concavidad”. De esta manera, se puede complementar la definición del término e interpretar la arquitectura, como aquél proceso de puesta en obra o de producción, mediante el uso de ciertos útiles, que permiten poner de relieve algunos elementos de la realidad, con el objetivo de consolidar un lugar confortable, un hábitat, un recinto, una concavidad protegida.

Instalación: habitar el enigma. Hasta aquí un análisis etimológico básico que nos ha proporcionado una descripción utilitaria de la arquitectura. Sin embargo, el análisis nos abre otra dimensión insólita, donde la construcción se revelará como un problema más complejo que la simple supervisión de unas destrezas técnicas aplicadas para la consolidación de un espacio. Como señala Duque, el sustantivo teûchos guarda parentesco con tyncháno, es decir, con “lograrse algo, hallarse uno por azar en un sitio”, lo que, a su vez, remite al término tyche, que significa “azar”. Este elemento inaugura una nueva vía de análisis que añade a la dimensión utilitaria de la primera aproximación etimológica descrita, otra que atiende al misterio, la incertidumbre y el riesgo, y los integra en la práctica de la construcción, enriqueciendo e intensificando la pluralidad de campos de acción para la “técnica” en la arquitectura. Dicho de otra manera: el azar pertenece a la práctica de la arquitectura tanto como la condición edificatoria.

Si se presta atención a los dos planteamientos expuestos a la vez (la arquitectura como la técnica para la organización de la producción y la arquitectura como la técnica de enfrentarse a la incertidumbre), se puede concluir que la práctica de la arquitectura es un procedimiento de gestión del riesgo para la mediación con un mundo que no está preparado para recibirnos; al que nos encontramos arrojados como por azar; al que debemos adaptarnos y con cuyos designios inciertos, fenómenos misteriosos y desafíos enigmáticos debemos lidiar. La condición del arrojo, el hecho de estar en el mundo como por azar, provoca una radical extrañeza que nos separa del mismo y nos impulsa a encontrar fórmulas de cohabitación que nos permitan abrir espacios para el hábitat. Precisamente, en eso consiste la construcción de la ciudad: en la adecuación técnica de lo dado para la delimitación de un espacio que permita hacer habitable lo incierto .

Defensa: reconocimiento y anticipación. Pero ¿cómo se habita lo incierto? ¿Cómo genera la arquitectura condiciones para habitar el misterio? La respuesta a esta pregunta inaugura diferentes tradiciones arquitectónicas. Una primera contestación ampliamente aceptada tiende a describir lo incierto como algo peligroso e indeseable. Para esta posición, la condición de arrojo se presenta bajo una forma hostil para sus habitantes. Desde este punto de vista, la arquitectura, inevitablemente, se despliega dentro de un régimen de violencia. El hombre se ha de enfrentar a lo adverso mediante acciones de reconocimiento, de mapeo, de puesta de relieve de lo que le es conveniente para, seguidamente, realizar un pronóstico que le permita resistir a dicha violencia, respondiendo mediante una acción de tallado, de cercado, de apropiación (lo que no es menos violento), de habilitación de un espacio dentro de un orden autolegislado que le es ajeno porque no le esperaba. Desde este punto de vista, a la resistencia de la tierra solo se la puede responder con otra forma de resistencia. Si el mundo fenoménico es impredecible (porque, por más que se desarrolle la técnica, la anticipación total a lo que está por venir se torna inalcanzable), la arquitectura debe proporcionar una réplica, unos principios de respuesta ante la interpelación del azar. Para ello, la práctica de la arquitectura tratará de adivinar las condiciones del lugar, estudiar sus regularidades y sus leyes, procurando consolidar una posición defensiva ante una realidad ambivalente.

Apuesta y proposición: técnicas de adivinación. La arquitectura, por tanto, es un arte de la adivinación, de la interpretación de un enigma en cada caso, pero también la capacidad de encontrar una respuesta, o mejor, de apostar una respuesta frente a la violencia de aquello que irrumpe y nunca llega a ser reconocible por completo. Y una apuesta no es otra cosa que unaproposición, la proposición que se lleva a cabo cuando se va a iniciar una relación, la proposición (material) de una forma de vecindad, la proposición (política) de un escenario de poder, la proposición (topológica) de un marco de proximidad, en definitiva, una proposición para establecer un vínculo erótico, que nunca dejará de ser violento.

Golpe de suerte: la celebración del misterio. Es cierto. La extrañeza que provoca el arrojo es violenta. Pero la potencia de lo desconocido se presenta también como una oportunidad emocionante. Recordemos que tyncháno significa “hallarse uno por azar en un sitio” o “golpe de suerte, fortuna”. La condición ontológica del arrojo goza también de una dimensión virtuosa: por azar, por suerte, se encuentra el hombre arrojado en el mundo y ello constituye un hecho que es digno de ser celebrado. Y en la arquitectura encontrará el hombre un aliado eficaz para dicha conmemoración, para intensificar la experiencia de hallarse uno por azar en el mundo. La arquitectura, por tanto, debe trascender su carácter productivo y defensivo, para establecer un vínculo (siquiera provisional) con el medio, una forma de ensamble que, a la vez, le dote de una dimensión lúdica, festiva, que se recree en lo desconocido, que sea capaz de redescribir la violencia como potencia. A través de la arquitectura el hombre apostará por el deseo y por la experiencia, por desplegar un hábitat confortable para el placer, pero también por explorar lo que todavía no es reconocible. Porque al azar solo se puede responder con azar. La arquitectura no tiene más remedio que jugar con el azar de lo inconstante. Es, en definitiva, un juego de azar. Y, como todo juego de azar, si se dominan las técnicas y las tácticas de apuesta, si las jugadas son las adecuadas, se mantendrá a raya al adversario, pero, también, se movilizará el deseo, se intensificará la experiencia y el placer y se gestionarán los afectos.

Violencia y erótica: de la trinchera a la tabla de surf. La resistencia, entonces, consiste en responder a la extrañeza de una tierra para la que el hombre es un ser indiferente, con otra forma de extrañeza. Por un lado, la del cuidado de sí, la del refugio y la defensa (trinchera). Pero, por otro, la de la celebración de la virtud, la de los espacios para el ensayo del goce y la experiencia. Es decir, la interacción con el medio para la construcción de una cultura (surf) que traduzca la incertidumbre en deseo y se deje fascinar por la potencia de lo otro posible. Ambas plantean relaciones recíprocas con los fenómenos. Una, a modo de protección y anticipación. La otra, a modo de celebración, de fiesta.

La arquitectura se despliega como una suerte de juego de alianzas, de seducciones, de coreografías, de erótica o principio de acercamientos y alejamientos a unos fenómenos que se manifiestan de forma caprichosa. Es el juego de los límites mutuos. Cada construcción es un casino donde se apuestan jugadas por la determinación.

Architektonia: el arte del gobierno del azar. Replegando lo expuesto hasta el momento, se puede completar el análisis etimológico básico, afirmando que toda construcción se da como una reacción ante lo enigmático (juego de adivinanzas) y, para ello se desplegará en un conjunto de técnicas de gestión del riesgo para una mediación. Dicha mediación se basa, primero, en las técnicas de anticipación que tratan de sacar a la luz las disponibilidades latentes del medio. Segundo, se asienta en la proposición (apuesta) y el despliegue de tácticas y estrategias (jugadas) para materializar un equilibrio duradero (vecindario) con lo otro a través de la delimitación del territorio (cercado). Y, tercero, y no por ello menos importante, la mediación (violencia, erótica, recíproca) tratará de aprovecharse al máximo de aquello que se resiste a ser dominado, para intensificar la experiencia (celebración), abrir espacios de placer y de deseo ante lo que está por venir (potencia), festejando, de manera virtuosa, la ventura (golpe de suerte). La architektonia, por tanto, (se) funda (en) unos principios de instalación que proporcionan unas leyes para el obrar y para un gobierno del azar.

Hemos partido de la técnica de producción para llegar al arte de la adivinación y las técnicas de apuesta (de respuestas) ante el enigma. De la tecnología y la administración a la mántica y la erótica. El análisis del término architektonia revela la complejidad de las controversias implícitas en la práctica arquitectónica. A través de él obtenemos un programa de trabajo: comprender los medios mediante los que la arquitectura hace habitable el riesgo; evaluar la disciplina como un arte de la adivinación o un juego de apuestas; analizar las estrategias para materializar una promesa; aprender a dosificar el misterio; experimentar con las topologías de la mediación; verificar el despliegue de alianzas duraderas con lo enigmático; explorar el confort en lo incierto; recopilar las tácticas para la celebración del azar; estudiar la construcción como un catálogo de golpes de suerte.

Apostemos, pues. No nos queda otra.


2 Duque, Félix. Habitar la tierrahabitar la tierra, pp.119-121.

2 Cfr. § 38. La caída y la condición de arrojado en Heidegger, Martin, Ser y tiempo, Madrid, Trota, 2003, pp. 197-203.

3 Tal vez por ello el término ‘cerca’ (la delimitación de un recinto para su resguardo o división) que en alemán se dice Zaun, palabra que tiene la misma raíz que town, ciudad en inglés. De esta manera, fundar ciudades es un acto de cercado, de delimitación, de determinación de lo que es provechoso y se mantiene a resguardo, protegido de lo que es nocivo.