De habitantes y trashumantes - Juan Román Pérez

En Los anillos de Saturno (1995) su autor, W.G.Sebald (1944–2001) se refiere a Dunwich, asentamiento ubicado en la costa de Suffolk en Inglaterra, como un pueblo caracterizado por la erosión generada por las tormentas en el acantilado que separa al mar de la meseta en la que el pueblo se asienta; pueblo  que ya en 1286 registraba una primera destrucción. En su relato, Sebald se concentra en la tormenta que azotó al pueblo en 1328, cuando recién terminaba la reconstrucción de los daños ocasionados por la primera tragedia de 1286, relato que sugiere una idea acaso distinta de territorio.

De nuevo coincide una corriente huracanada nororiental con la marea más alta del mes. Con la irrupción de la oscuridad, los habitantes del barrio del puerto huyen con sus bienes transportables a la parte más alta de la ciudad. A lo largo de toda la noche las olas arrancan una hilera de casas tras otra. Como pesados martinetes, las vigas del tejado y los puntales que flotan en el agua a la deriva chocan contra las paredes y los muros que todavía no se han hundido. Al amanecer, el grupo de los supervivientes, una cantidad que quizá reúna alrededor de dos o tres mil personas, gente de bien como los FitzRichart, los FitzMaurice, los Valein y los De la Falaises, de igual manera que el pueblo común, están de pie, arrimados contra la tormenta y asomados al borde del precipicio, llenos de espanto, mirando fijamente a través de los vapores de la espuma salada hacia las profundidades, donde, como en el interior de una máquina trituradora, giran fardos de mercancías y barriles, grúas despedazadas, telas de aspas de molinos de viento desgarradas, arcones y mesas, cajas, edredones de plumas, leña, paja y ganado ahogado en las aguas marrones y blancas. (Sebald, 2012:177).

Es esa imagen –la de los fardos de mercancías, grúas despedazadas, telas de aspas de molinos de viento desgarradas, arcones y mesas, cajas, edredones de plumas, leña, paja y ganado ahogado, girando allá abajo– la que lleva a reparar en el alcance de las cosas como extensión de las personas, de sus actividades y de sus costumbres. En cómo, por ejemplo, dan cuenta de la economía de un territorio cuando los ahora desprovistos habitantes del pueblo miran desde el borde del precipicio justamente a todas esas cosas que, además de ser sus pertenencias, eran las huellas que su habitar había depositado durante años sobre ese territorio y cuya pérdida parece dejarlos en una condición de trashumantes sobre la meseta.
Dunwich se ha reconstruido varias veces y hoy mantiene un flujo turístico constante, pero el desastre está ahí, en el relato de Sebald, donde las cosas, las huellas del habitar, siguen girando sin decidirse a ir o a venir, a hundirse o flotar, solo girando sin renunciar.