Hamaca - Miguel Mesa

Una hamaca sirve para muchas cosas. Ayer veía en la televisión, en el canal regional de mi departamento, un reportaje sobre un hostigamiento paramilitar realizado hace años en un pueblo del Magdalena medio. Antes de finalizar el programa una anciana que vivió el incidente relataba cómo los habitantes del pueblo fueron obligados a abandonarlo permanentemente y contaba que el trasteo se hizo en hamaca, que tanto a las cargas como a los viejos y enfermos hubo que llevarlos en hamacas colgadas a travesaños de madera: de cada extremo del palo una persona cargando con las manos o el hombro, y en medio la hamaca, descolgada en catenaria transportando la persona o peso del caso.

Dicen las páginas web que las hamacas fueron originalmente chinchorros o redes de pesca que nativos del trópico americano usaban también para hacer la siesta después de la faena: las ponían a secar amarrándolas de los extremos a un par de árboles o palmeras y de paso se sentaban-recostaban-acostaban en ella. Reposarían, juguetearían, fumarían, se contorsionarían buscando el descanso. Si se iban de cacería por algunos días usarían las hamacas para pasar la noche, las llevarían dobladas en un simple saco o enrolladas y amarradas ellas mismas servirían de saco.

Parece ser que esa virtud, la de no saber muy bien si es asiento, cuna, columpio, balancín, chaise longe, cama, es la que ha llevado a la hamaca a mantenerse y a multiplicarse en todos los climas y entornos. Tanto la usamos los habitantes del trópico colombiano, desde las frías mesetas de Bogotá hasta el cálido caribe, como los europeos del norte. No es sino asomarse a ese saco sin fondo que se llama pinterest —a ese marcador insistente del estilo de nuestra época— para descubrir que hamacas son miles, ocupan los interiores y exteriores de casi todas las regiones, vienen en múltiples materiales y colores. Debe ser el objeto nacido del trópico con mayor tasa de éxito y reproducción.

Y es que desde que los españoles conocieron las hamacas, cerca al año de 1492, las trasladaron a Europa, las incorporaron al mobiliario de sus carabelas porque, según dicen por ahí, seguían naturalmente el vaivén del barco e impedían la caída. Además de ir arrullando a los marineros. Las hamacas tiene eso, el sueño va llegando poco a poco con el movimiento lento.

Pero como casi todo en la vida, usar bien una hamaca requiere hábito y pericia. Ya sabemos como se ven los principiantes después dormir la noche en hamaca, encorvados, apaleados. En mi caso la uso de vez en cuando para ver televisión después de cenar, para jugar con los niños un rato. Me llega el sueño suavemente. Cada quien puede encontrarle fácilmente un espacio a su hamaca porque puede quitarla y ponerla cada día, no ocupa el espacio fijo que requiere un mueble, se dobla y guarda o se mantiene descolgada de uno de los ganchos. Puede incluso funcionar descolgada encima de camas en uso, mesas y bancas.

De todas las cosas que sorprenden de la hamaca hay una muy tonta que me emociona, y es el modo como la tela recibe y muestra de modo marcado el peso que recibe. Se presta para la imaginación. Para empezar, hay ciertos bultos a los que dan ganas de dar un puntapié.