Destruir o boxear - Miguel Mesa

Me indigna la destrucción. Me irrita la demolición, el exterminio, la tabula rasa, el grave daño. La reducción a pedazos o cenizas. Me cabrea la guerra y el aniquilamiento, pero también la actitud irresponsable de los críticos malignos, de su actividad camorrera y solapada. Un tipo que bombardea una ciudad juega en el mismo equipo que otro que dinamita, en una revista cultural, una película, una novela, un edificio, un ensayo. Se igualan del mismo modo que lo hace un carterista con un ladrón de cuello blanco, ambos desfalcan, engañan y perjudican. La destrucción del trabajo de los demás es un hábito repulsivo.

Me indigna no ya la crisis económica global o la crisis de pobreza y desigualdad que persiste en Colombia a pesar de la supuesta bonanza económica que tenemos, sino el desprecio que demuestran ciertos sujetos por el trabajo de los demás. Quizás aquello también es fundamento de cualquier crisis.

Cada país o ciudad tiene su propio grupo de arquitectos censores, que se sienten habilitados para decirnos lo que es bueno y malo, tratan de imponer, desinformar, volver noticia lo del otro de modo infame. Este tipo de personas suponen que la crítica consiste en despotricar o alabar, hablar de lo que les gusta o les disgusta de aquello que hacen los demás. Es decir, hablar de sus gustos; nunca de lo que se les pone enfrente. Con cien palabras intentan desbaratar o ensalzar un ensayo de 3.000. Pero lo que hacen es tirar bombas de humo porque no saben ver, no se interesan por lo que cautivó su mirada sino por sí mismos. No atienden eso en lo que han puesto la mirada más que para mirarse. Y así les sale lo que escriben.

¿Cuánto cuesta escribir un libro, realizar una película, diseñar un edificio? ¿Uno, dos, tres años? ¿Cuánto cuesta escribir un ensayo? ¿Quince días? Me parece que en ese tiempo los autores han tomado una serie de decisiones y han desarrollado una conjunto de actividades, esfuerzos y tareas que deberíamos tener en cuenta cuando decidimos, en un dos por tres, que vamos a derribarlos o a levantarlos en lo alto, porque ambas cosas son destructivas. ¿Para qué concentrarse en destruir o enaltecer las cosas si a cambio puedo mencionar las partes que interesan o las que revisten enigmas?

Supongamos, para hacer más claro el punto de vista que estamos planteando, que algún día una revista española me encargó por 300 euros escribir un ensayo de 3.000 palabras sobre la arquitectura pública que las nuevas generaciones de arquitectos colombianos han construido recientemente. Supongamos también que el texto que escribí se tituló «Campos de exploración», y que hacía la tarea, recogía y explicaba un conjunto de obras de autores menores de 38 años que, bajo mi punto de vista, revestían interés arquitectónico de acuerdo a la tarea que me habían encomendado. Imaginemos entonces que mi trabajo consistió en explicar ese interés y no simplemente en enumerar las obras que me gustaban. Digamos que además intenté dar pistas de la red intelectual y disciplinar a la que parecían pertenecer las obras. Pues bien, conjeturemos que el ensayo se publicó y llegó a manos de algún crítico capitalino que lo reseñó en una revista local con el siguiente comentario: "el artículo de Miguel Mesa parece más bien una apología a la Obra de PlanB Arquitectos, antes que una mirada objetiva a las muy jóvenes generaciones que con tanto esfuerzo han empezado a ocupar un importante espectro de la profesión y de las realizaciones en el país. Si bien el artículo de Mesa, trata de estructurar un panorama 'Under 40', en un artículo bien escrito, la falta de objetividad y la permanente e impúdica presencia de la firma PlanB, (firma conformada por sus hermanos Felipe y Federico) distrae y distorsiona enormemente la conformación de este necesario panorama".

Queda aquí perfilado el típico ejemplo de destrucción que ejecuta la mala crítica a la que me refería al principio de este escrito: una persona, en este caso yo, realiza un producto cultural, un ensayo, por una solicitud social –encargo–, con una serie de criterios explicados en el mismo producto –solución–, y luego otra persona se refiere a este producto o ensayo de modo débil o indirecto, y en lugar de analizarlo, lo juzga y destruye, y de paso a su autor, desconociendo de plano la forma y vitalidad del producto cultural. Es un caso clásico del crítico que tira la bomba de humo y enseguida se va.

Analicemos el comentario del supuesto crítico y vamos por partes. Supongamos que efectivamente Felipe y Federico Mesa, arquitectos de PlanB son mis hermanos. El crítico quiere dar a entender que esa circunstancia anula cualquier interés del ensayo. El hecho de que a un crítico no le guste que yo mencione en un artículo, sobre la arquitectura pública en Colombia realizada por gente joven, las obras que han hecho mis hermanos, o las de cualquier otro autor, porque le parece que los he privilegiado y que no es objetiva mi selección, no quiere decir que esto sea cierto. Si nos ceñimos a lo que escribió el crítico en la reseña, nada sabemos realmente sobre la adecuada o inadecuada selección que yo realicé, porque el supuesto crítico nunca dijo nada sobre las obras, no se acercó a ellas ni las estudió. En cambio, si leemos cuidadosamente el ensayo que escribí, encontramos en él declaraciones muy evidentes sobre por qué han sido seleccionadas, tanto las obras construidas de mis familiares como las de otros que no lo son. Por ejemplo, expliqué que habían sido ganadoras de concursos y mencioné asuntos formales, espaciales, urbanos y sociales que me parecen cualidades de estos edificios.

El artículo que yo escribí no tenía como cometido –dar una mirada objetiva a las muy jóvenes generaciones que con tanto esfuerzo han empezado a ocupar un importante espectro de la profesión y de las realizaciones en el país–. El encargo que me hicieron fue otro: presentar las obras públicas construidas de las nuevas generaciones de arquitectos. Cosa que dicho sea de paso, no es tan numerosa como se supone actualmente. Y sin embargo el crítico juzgó mi texto por no enfrentar un tema que no era de mi resorte en dicho artículo. Es como si nos pudiera parecer mal la Ópera de Sidney porque no es un museo. Una cosa es analizar la actividad general de las nuevas generaciones de arquitectos, seguramente muy diversa y amplia, y otra mirar cómo es que una cultura específica logra que algunos de sus arquitectos a edades tempranas tengan obras públicas construidas de cierto calibre. Repito, son dos cosas diferentes. Por lo mismo yo nunca pretendí estructurar un panorama de la arquitectura nacional producida por menores de cuarenta años. Si esta hubiera sido mi tarea seguramente la selección estaría repleta de obras privadas de muchos autores locales, de mi ciudad y de otras, porque esa es la arquitectura que abunda en Colombia.

Cuando me puse en la tarea de mirar las obras públicas construidas por jóvenes, me sorprendí con una lista de unas ocho obras de autores y un conjunto muy numeroso de intervenciones urbanas de escalas diversas, remodelaciones, planes de mejoramiento integral, etcétera, que habían liderado las alcaldías de Bogotá y Medellín, y que no permitían identificar arquitectos precisos. Así que en el artículo mencioné este par de vertientes y reconocí el esfuerzo de ambos grupos de sujetos. Aunque ocho obras suena a poco me parecieron suficientes como muestra representativa de una situación; además vi un valor extra en ellas, conformaban también una red de intereses diversos pero articulados que en términos editoriales planteaba coherencia. En una cultura civilizada la coherencia grupal equivale a trabajo colegiado, a intereses compartidos por varios autores y, por lo mismo, avalados de un modo mayor por el contexto. Así que me pareció correcto ceñir el texto a dicha muestra. Y es importante recalcar algo, el hecho de que una persona como yo no haya encontrado otras obras que podrían engrosar la selección, no quiere decir que no existan, sino que mi tiempo, conocimientos y habilidades son limitados. Yo nunca dije en mi ensayo que estas ocho obras públicas eran las únicas que valían en Colombia, nunca dije que estos autores eran los únicos jóvenes que tenían un trabajo serio o de calidad; dije sí, que eran una buena muestra de lo que estaban construyendo los jóvenes actuales y que quizás eran obras proteicas por su capacidad de construir un nuevo estado diverso de cosas, a lo mejor esto último fue un poco excesivo, pero es algo que solo el tiempo determinará.

Ahora bien, miremos hasta qué grado de violencia llega el crítico con su reseña: –la falta de objetividad y la permanente e impúdica presencia de la firma Plan B, distrae y distorsiona enormemente la conformación de este necesario panorama–. Me pregunto lo siguiente ¿Es impúdica, y por lo tanto deshonesta y desvergonzada, la presencia de PlanB Arquitectos en una selección de obras públicas construidas por arquitectos jóvenes en Colombia recientemente? Pienso que no, que al contrario esta oficina, por méritos propios, por la calidad de su arquitectura y su trabajo intelectual –bastante difundidos en medios locales e internacionales– ha logrado posicionar su trabajo en Colombia y por fuera de ella. Y el artículo que escribí explica algunas de las cualidades que argumentan la presencia de estos proyectos de PlanB en la selección. Cada uno de ustedes como lectores, usuarios y quizá arquitectos podrá analizar si lo que digo sobre esta firma de arquitectura es acertado o no.

¿Pero, quién es el tal crítico que ha reseñado mi ensayo de esta manera? No lo sabemos porque la reseña no está firmada, simplemente está patrocinada por la revista que la publica. Es fácil caer en la tentación, por tonta vanidad, de pedirle al autor oculto que dé la cara y explique. Sin embargo, lo que deberíamos solicitarle realmente a este y a cualquier crítico que emprende un trabajo es que en lugar de hacer comentarios débiles y apresurados sin que medie explicación alguna sobre el producto cultural, intente acercarse de modo directo a lo que interesa, en este caso al ensayo que escribí. Si a este crítico que tenemos nosotros como caso de estudio le parece que el Orquideorama, los Jardines infantiles o los Escenarios deportivos para los Juegos Suramericanos 2010 no deben estar en un panorama de obras de la arquitectura pública colombiana reciente realizada por menores de 40, nos lo debe explicar, nos debe decir porqué, sin prejuicios. Y además, si es que considera su trabajo crítico un aporte a la cultura, debería enviarnos el conjunto de obras que según él componen esta selección y los argumentos para ello, motivos arquitectónicos diversos y razonados. ¿No les parece? Eso es lo mínimo que deberíamos esperar de un crítico o de un periodista. De lo contrario, nosotros, autores de productos culturales y lectores o usuarios de ellos, solo podremos asumir que este tal crítico «no es objetivo y que es impúdico», que tiene intereses ocultos o está molesto por algo, que lo han puesto a hacer un mandado o que se siente mal por no estar en la selección: vaya uno a saber los motivos por los cuales una persona destruye el trabajo de los demás sin importarle los perjuicios que esto genera.

Según mi parecer solo hay dos entornos en los que la actitud destructiva o de derribo del oponente puede llegar a ser ¿comprensible?: en la guerra pactada que te declaran abiertamente, donde se sabe que quien ataca podrá ser atacado y se expone en el mismo terreno a ello (por ejemplo en el ring de boxeo); y en la caricatura y los programas radiales o televisivos de humor donde muchas veces la realidad y la ficción se mezclan de manera acordada y el chiste y la exageración generan risa y descargan la tensión social. Pero nuestro mencionado crítico débil no firmó su texto, no ha querido hacer un chiste con su reseña y tampoco estableció un trabajo simétrico al nuestro que nos lleve a pensar que quiere aportar, completar, dialogar o ayudar a construir algo. En lugar de boxear le apunta a destruir.

Así que reitero, yo escogí un conjunto de obras construidas que según mi experiencia constituyen espacios públicos significativos diseñados por jóvenes arquitectos. Si haciendo ese trabajo dejé algo importante por fuera, me encantaría discutirlo y quizá estaría dispuesto a recibir un golpe a la mandíbula. Lo que no puedo aceptar es la calumnia. Si un crítico quiere hablar con sensatez de un ensayo no le queda más remedio que escribir su propio ensayo sobre el texto que analiza, o mejor dicho, reescribir y reargumentar el ensayo que está estudiando: modificarlo, completarlo, etcétera. A esto es a lo que podemos llamar trabajo crítico; montarse al cuadrilátero, entrar en simetría. Es desde estas circunstancias mínimas a partir de las que puede establecerse un diálogo cultural entre el crítico y el ensayo que escribió el autor, esto, en caso de que efectivamente lo que interesara al crítico fuese el bien común y el avance de una disciplina.

Con esto quiero dejar claro qué significa para mí, al menos parcialmente, la destrucción cultural, y como esta se distancia de la tarea crítica. Y quiero hacerles ver que criticar implica una serie de responsabilidades; se parece más a boxear que a dinamitar algo y salir corriendo. Miren las dos imágenes que propongo y quizá lo comprenderán mejor: criticar a Alí implica bailar lo que baila Alí, reconstruir su baile. Creo que quien está en mejores condiciones para intentar bailar el baile de Alí es su oponente, su igual, aunque no voy a negar que hay casos en los que quien mejor interpreta ese baile es un espectador, pero eso es otro tema. En cambio la otra imagen es de un atentado. Algún forajido tiró una bomba y se fue: salió ileso, nunca se expuso, no supimos quien era; evidencia la actitud de quien simplemente quiere destruir, similar a la del crítico que hemos evaluado y a la de la revista que lo publica. Que quede claro, todo lo que he dicho anteriormente no busca censurar ni evitar que la gente escriba lo que le plazca, mi interés es poner de manifiesto la responsabilidad que implica escribir sobre el trabajo de los demás.