Imponente

Me sorprendo al oír cómo profesionales de diversa procedencia, estudiantes, amas de casa o alcaldes usan la palabra imponente para referirse, admirados, a la arquitectura. Me temo que de tanto repetir esa palabra, va a convertirse en cualidad indiscutible de la arquitectura. Y es extraño que esto sea así, que nos confundamos y creamos de manera general que la arquitectura que parece monumental, dominante, autorreferente, que vence la ley de la gravedad de manera poderosa o que parece va a durar toda la vida intacta, valga por definición.

Me cuesta pensar que vale más para nuestra percepción, la fuerza de la forma que la vida que se teje en ella, que es realmente la que deviene en forma. Es como si prefiriésemos lo abstracto sobre la vida de la cosa, lo que tiene valor de cambio (cálculo, mesura) sobre lo que tiene valor de uso (animación, función).

El problema es que si una arquitectura es imponente, lo es casi con seguridad porque se ha impuesto a algo o a alguien. Terror. ¿A quién se habrá impuesto, sobre qué, a qué costos humanos, urbanos o ambientales? las arquitecturas imponentes vienen al mundo de manera poco pactada, y por lo mismo se trata de arquitecturas más estilísticas y enfrascadas que oportunas o vitales. ¿Para qué necesita demostrar la arquitectura autoridad o infundir respeto? El espacio público, que es tarea también de los privados, no usa el principio de autoridad sino el de permeabilidad. los edificios singulares son especiales por su capacidad de nutrir la ciudad y no simplemente por representar la buena vida.

Las arquitecturas imponentes son esas que parten la ciudad, la anulan y son signos de inequidad. Cuando caemos en la trampa y nos sorprendemos positivamente por su imponencia, asociada al desarrollo que creemos ver en ello, no hacemos más que promoverlas. Pero los edificios imponentes son impotentes: no saben nada de la geografía, el clima o el urbanismo. Edificios herméticos que aterrizan impávidos en la calle y se mantienen con aire acondicionado en el trópico. Se trata de cajas negras, nada sabemos de ellas porque no las podemos conocer.

Antes que admirarnos con el estilo o con las formas grandilocuentes de la arquitectura, deberíamos maravillarnos con la vitalidad que puede incluir. Cuando hablamos de vitalidad nos referimos a la instancia relacional que puede escribir el proyecto de arquitectura con la realidad, al número de relaciones sociales y naturales que propone, al número de encuentros que está estimando generar, al tipo de usos y usuarios nuevos que inventa, a la capacidad de decisión sobre esa realidad que nos entregue a nosotros los usuarios, al esfuerzo que destina para que la finalización de la forma quede postergada y pertenezca a la labor de un grupo y no de un individuo.